Emoción, emociones…
Son estas palabras que todas hemos utilizado en distintos contextos o situaciones; también el verbo EMOCIONARSE conjugado en distintos tiempos y personas:
todas hemos visto una película o hemos presenciado una escena real que nos ha emocionado, unas palabras o una música que nos ha llenado de emoción… Nos hemos alegrado con ellas, entristecido, sorprendido…
¿Pero sabemos qué son las emociones, cuántas emociones podemos llegar a experimentar, la importancia de las emociones en nuestra vida?
Este ha sido el cometido al que nos hemos dedicado en la primera parte del programa; hemos querido ampliar el concepto inicial que teníamos sobre las emociones y, para ello, hemos recurrido a lo que personas expertas ya han investigado, a la abundante teoría que ya hay publicada al respecto.
Hemos identificado las 6 emociones básicas: alegría, tristeza, ira, sorpresa, miedo y asco, y hemos aprendido que estas emociones son universales, es decir, que son comunes a las personas de todas las culturas porque somos seres emocionales.
Nos hemos dado cuenta de cuánto cuesta reconocer en nosotras mismas y en las demás personas los estados emocionales, ya que no nos han educado para ello. Incluso nos ha sorprendido que en la actualidad se hable de inteligencia emocional, cuando hasta ahora pensábamos que la inteligencia solo tenía que ver con lo racional, con el pensamiento. Pero estamos de acuerdo con quienes piensan que para convertirnos en personas maduras, equilibradas, responsables y, por qué no decirlo, felices en la medida de lo posible, es muy importante saber distinguir, describir y atender los sentimientos.
Porque cada vez que tenemos que elegir una decisión, cuando nos proponemos comprender una situación, no hacemos estas operaciones como lo haría un ordenador o cualquier otro ingenio de inteligencia artificial, sino que ponemos en juego todo nuestro bagaje personal (incluyendo lo que nos ha podido pasar hace un rato o unas horas) y el pesado fardo de nuestra herencia cultural. Sólo cuando conectamos con nuestros sentimientos, los atendemos y jerarquizamos, somos capaces de mostrar empatía con los sentimientos y circunstancias de las demás personas y, así, entenderlas.
Luego le ha tocado el turno a la música y, de nuevo, hemos sido conscientes de la universalidad de la misma, y de cómo es capaz de convertirse en un potente instrumento transmisor de emociones. Lo hemos comprobado.
Para ello hemos realizado cuatro audiciones y hemos ido anotando la emoción o emociones que cada persona experimentaba con cada una de ellas. Cuando las hemos puesto en común, hemos comprobado que una canción no producía en todas nosotras la misma emoción, el valor y el respeto a las diferencias personales, pero eso sí, todas hemos vivido alguna.
Pero la parte más emocionante ha sido cuando hemos escuchado en clase la canción que cada una de nosotras había elegido vinculada con algún momento de nuestra vida, y hemos ido expresando las emociones que en su momento nos despertaba. Hemos escuchado a Nino Bravo cantando “Noelia”, a Labordeta con su “Canto a la Libertad”, el “Mediterráneo” de Serrat … Todas las canciones, o casi todas, vinculadas a nuestra juventud y, por tanto, a nuestros primeros amores, a la fiesta, a la reivindicación, llenas de fuerza, llenas de amor, de emociones alegres, aunque , en algunas ocasiones, ahora esa alegría se ha convertido en nostalgia o tristeza.
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